viernes, 23 de febrero de 2007

los Spiritualized son pulentos.

martes, 6 de febrero de 2007

Los últimos días de la Micro del Carrete (o el último).


Son las 4 de la mañana y después de una tocata de unas bandas amigas, espero alguna micro que me lleve a mi casa. Alameda con Portugal, al parecer no se avista nada, pero milagrosamente aparece por la Alameda la figura de una micro amarilla con dirección a Puente Alto.

399 y el conductor no aparenta más de 16 años, viste como Daddy Yanqui, escucha regueatón a todo volumen y se acompaña de otro puber que recibe las monedas.

Los que vamos en la micro sabemos que en cualquier momento vamos a chocar o van a subir los pacos a pedirles los documentos al pendejo y vamos a quedar tirados.

El cabro sabe que corre un riego y conduce más lentito, le para a todos y se hace la América con la micro de su viejo.

Sube un tipo a vender latas de Báltica a quinientos pesos, y las vende todas. Los pasajeros tomamos chela y conversamos, salen los cigarros y le pedimos a los adolescentes que por favor cambien la puta música, pero se niegan. En alameda con Vicuña se suben unos punkies, que deben ser los últimos punkis que quedan en Chile y en el mundo, y algunos se asustan. Una chica que va en el asiento adelante al mío, le dice a su amigo que no sea prejuicioso, que no existe el concepto de normalidad en esta micro, que los punks se visten normal y los demás son extravagantes.

Los Punkies beben, sacan un vino y comparten, comienzan a correr los primeros paraguas de la noche. Una chica cuenta que pololeó años con un tipo que conoció en una micro y que le compró un alfajor. Una brasileña discute con su novio chileno. Una pareja de góticos se suben cerca del Balleduc y la mina vomita sobre un obrero, mientras su novio la intenta sostener de pie.

Una chica se sienta a mi lado y arma un pito. Un flaco hip-hopero se esta besando con otra chica que parece hip-hopera y antes de que se les olvide se intercambian teléfonos. Todos fuman y la micro parece un sauna. Un tipo que vende pan abre una mochila y reparte trozos de tortilla de rescoldo, el hombre es nombrado el Jesucristo oficial del camino, ya que, milagrosamente el pan alcanza para todos.

Comienzan a cruzarse los flash de alguna cámaras fotográficas digitales y algunos se abrazan y posan.
Nadie en la micro cree que el Transantiago va a funcionar.
Ninguno confiesa haber culeado con un travesti, mientras muchos miran atónitos por los vidrios a los chicos con exacerbados cuerpos femeninos que esperan clientes.

La micro transita por Vicuña Mackena, pero parece un viaje eterno que no nos conduce a ningún lado. Santiago parece muerto, poco iluminado y algunos de los más prendidos comienzan a dormirse, incluido yo.

Mi compañera de asiento sabe donde tengo que bajarme y me despierta. Un tipo lee un poema de Claudio Bertoni que yo me sé de memoria. Una pareja de lesbianas que se viste como animación japonesa discute sobre la edad de Bowie, yo meto la cuchara y les digo que Bowie tiene 60 años igual que Bertoni. Mi compañera de asiento se baja conmigo porque resulta que también es mi vecina, le regala un autoadhesivo que obtuvo en una fiesta al chofer infantil, este conduce como si estuviera en un video juego.

Le digo que comamos algo, porque a esa hora el bajón es insoportable. Nos paramos en un carrito pero ella no quiere nada de ahí, porque entre los Ass y Hamburguesas pueden estar los restos de su perro Dando.
Me cuenta que un día se subió a una micro negra que tenía a algunos teams en su interior y que se Autodenominaba la “Micro del Carrete” pero que ni se comparaba con la que habíamos tomado.

La 399 desaparece por Vicuña como una micro fantasma, como la amenaza pirata a las micros de colores de las que tanto habla Zamorano.