Algunos medios de comunicación hicieron creer que el año pasado los nazis estaban de moda. Puede Ser. Si hasta en la muerte de Pinochet fueron unos pelados a hacerle un gesto que Pinocho no hubiera comprendido en vida.
Quizás este año José Miguel López salga en las portadas. O talvez no, y sólo sea una intuición mía, ya que estoy impactado con su figura, e imagino titulares amarillistas donde lo implican como autor de duras golpizas en contra de neonazis chilenos.
José Miguel no es un Sharp, o sea, no pertenece a esa extraña tribu urbana que detesta a los skinhead pero que se visten idénticamente a ellos. Nada que ver. José Miguel López es un joven que si uno ve en el metro, solo piensa en un cabro que no ha ido a la peluquería en años, que pasa mucho tiempo frente al computador, y no que es el Nazi de los Nazi, un tipo que admira tanto la obra del tristemente célebre Hitler, que afirma que los neonazis chilenos son una aberración para ese movimiento político.
Cuando conocí a José Miguel, aún no se hacía llamar José Miguel López. Lo conocí con otro nombre, supongo que su nombre verdadero, al igual que todos los que en ese entonces asistíamos al taller de Poesía de un connotado poeta ochentero. José Miguel era un cabro bastante silencioso, pero siempre nos acompañaba a beber a las ratoneras que solíamos frecuentar y vivía mostrando sus poemas, que eran relativamente buenos, pero que pecaban de una solemnidad bastante extrema para esos tiempos donde todos queríamos ser un clon de Ginsberg, Rodrigo Lira, Bukowski o Kurt Cobain. Después el José tuvo que hacer el servicio militar y supimos de él hasta que un amigo lo encontró en otro taller, de otro poeta ochentero.
Según mi amigo, José Miguel traía esa cara de abducido, de todos los que la pasan mal en el servicio, y sus nuevos poemas hablaban de los milicos, del fürer y de una Villa Grimaldi que a ratos se parecía más a Auschwitz. Luego volvió a desaparecer hasta que me lo encontré esta semana, en el metro nuevo que hicieron para los pobres.
Nos saludamos afectuosamente, me mostró una carpeta llena de poemas, y me invitó a tomar una cerveza a un bar cerca del Plaza Vespucio. Pensé en “Estrella Distante” de Bolaño, que cuenta la historia de un poeta que entra a la fuerza aérea, se convierte en asesino, pero también en un tremendo poeta que escribe con un avión que tira humo en cielos chilenos días después del golpe del 73.
José Miguel paga las cervezas y me regala cigarros, mientras leo atónito sus poemas que parecen escritos por un Zurita fascista, donde aparece un cristo ario y se habla de un holocausto mapuche.
José Miguel me mira con intensos ojos cafés y me empieza dar miedo, aunque me autoconvenzo que no es un loco, o no es un loco de esos que anda con una pistola o un cuchillo del ejército.
Me dice que ha llevado su obra hacia otros formatos artísticos. Quiere presentar una muestra de sus “video arte” que incluyen un registro donde le grita “Homosexuales” a unos Skinheads de Maipú vestido de Adolfo Hitler y el más controvertido donde lo muestran vestido de mujer, golpeando con un bate de béisbol a unos neo nazis que no deben tener más de quince años. Yo le creo porque me muestra impresas las imágenes capturadas por su polola, y no parecen ser fotos trucadas, sino el verídico testimonio de un Artista que da miedo, miedo de verdad, no como los artistas poseros que se van a europa y luego intentan sorprender con cuadros pintados con sangre infectada por el Sida o esculturas hechas con caca.
Luego menciona que por la acción de Valpo, los skinheads dejaron constancia en una comisaría y que esa performance apareció en la crónica roja del diario “La Estrella”. Los skinheads porteños lo tienen amenazado de muerte, pero parece que temerles.
Le pregunto porqué le tiene tanta fobia a los fascistas chilenos y responde que los chilenos son una raza inferior, pero lo dice sin odio, sólo con una melancolía distante y sigue fumando mirando el rostro del viejo con un hoyo en la garganta que ahora aparece en las cajetillas de los cigarros.
Le pregunto si es que no se siente chileno y se ríe. Me dice que los chilenos somos los judíos de Sudamérica y que mas que nada odia a los skinheads chilenos por que son ridículos y copiones, y que le parece una vergüenza que adoren a un huaso como Pinochet. Luego me hace una interpretación nazista de Nietzche que me absorbe la poca energía que me quedaba.
Le miento, le digo que tengo que irme y nos despedimos. Se queda sentado releyendo sus poemas, como si estuviera tratando de saber cuál era la impresión que me habían dado, como si se preguntara a sí mismo “Estoy loco o no” como “Lucas y Chaparrón” los personajes más delirantes de Chespirito .