Una amiga me llama al celular medio extasiada y me dice que Jodorowsky dirigió una porno. A mi la noticia no me sorprende para nada, de él espero cualquier cosa, pero insiste y me pide que nos juntemos. Llevaba media hora esperándome en un café del centro y apenas me vio, puso cara de saber el secreto más grande de la historia artística de nuestro país.
Desde hace tiempo que se viene obsesionando con el porno, como si hubiera descubierto en este género la belleza que nadie cree que tiene. Colecciona revistas, libros y películas pertenecientes a distintas épocas de este peculiar estilo y trabaja en un libro sobre la evolución del porno desde sus inicios hasta nuestros días.
Me viene comentando acerca de esta fascinación, desde que en la Universidad, le hice una entrevista a Leo Barrera, un guatón de bigote, que se jacta de ser el primer director Porno de Chile, y que se convirtió en celebridad, al dirigir las primeras cintas pornográficas del País. A mi pesar, tuve que ver las primeras cintas de Barrera, con las actuaciones de su pareja Reichell, la primera pornostar chilena, filmes que provocan una extraña pena, ya que, más que una cinta porno, parecen reivindicar al cuerpo imperfecto, las panzas abultadas, la celulitis, las tetas caídas y los penes pequeños.
Pero ella me dice que el gordo Barrera ya no es el primer director Porno Chileno, debido a que varios años antes, Alejandro Jodorowsky ya había incursionado en este tipo de cine. Yo pensé que ella estaba considerando que su forma de hacer cine era Pornográfico, pero se encargó de aclararme que existe una película de Jodorowsky netamente Porno.
Debido a sus contactos, para obtener material de este tipo, conoció a varios dueños de cines triple X que le fueron contactando con personas que poseían latas de películas, hasta que se enteró de la existencia de un sujeto que tenía una supuesta cinta porno dirigida por el propio Jodorowsky.
Le dije que era tan poco probable que Jodo hubiera dirigido esa cinta, y conociendo el ego del inquieto artista no hubiera dudado en reconocer su participación en un filme de ese tipo. La única forma de comprobarlo es verla, me dice ella, con cara de detective privado y saca una tarjeta de su billetera que tiene un apellido y un teléfono.
Toma su celular y marca. Habla con el tipo y quedan de juntarse el domingo en el Persa Bío-Bío. Me mira con cara de perro abandonado y me pide que la acompañe.
Nos vamos a su departamento y me muestra su colección XXX, que debe contener gran parte de sus sueldos ahí. Luego me pregunta qué películas de Jodorowsky no he visto y le digo que sólo he visto dos. Desaparece en las piezas y me quedo hojeando con un libro sadomasoquista que debe ser de los años 30. Vuelve con una bolsa con todas las películas del director en DVD.
Nos quedamos toda la noche escribiendo sobre gestos y tomas recurrentes del universo Jodorowskiano, como afronta la sexualidad y cuál es definitivamente su estética, creyéndonos por algunas horas, licenciados en apreciación cinematográfica.
En el Persa buscamos al sujeto de la tarjeta, recorremos los galpones hasta dar con un local de videos de culto, que gozó de la gloria durante los noventa, pero que a hora se quedó obsoleto por la culpa de You Tube.
Un cabro metalero nos atiende y nos dice que el hombre que buscamos viene enseguida. Yo dejo de creerme “el querido Wattson” y empiezo a sentirme como la gente estúpida que aparece estafada en algunos capítulos de “Aquí en Vivo”.
Un tipo moreno y de rasgos orientales es el que buscábamos, nos saluda distante y nos dice que lo acompañemos a la bodega para ver la película. Ella me pide que por ningún motivo desertemos y parece tranquila.
Nos subimos al auto del tipo y nos lleva a unos departamentos que quedan a unas pocas cuadras del Persa. Subimos al tercer piso y entramos a su guarida. El living está lleno de cajas de cartón, nos sentamos en un sillón todo roído frente a una tele que está conectada con un VHS. El hombre trae una lata de cine que tiene el rótulo “Jesucristo de Alexandro Jodorowsky” y luego nos muestra una copia en cinta para que veamos, pero nos dice que solo tenemos veinte minutos, que no podemos ver más ya que, es un objeto de culto al que muy pocos tienen acceso y es su principal joyita.
Mete al cassete al equipo y mi amiga se emociona. Comienza la cinta con una tipografía que dice “Jesucristo” e imágenes de una figura de yeso del icono religioso que se combinan con partes del cuerpo de una chica. Mi amiga esta nerviosa y adelanta, hay unas mujeres hablando en italiano y se visten como en los años 70. Hasta el momento, el filme no parece diferenciarse de una porno de esa época, hasta que una mujer enferma es penetrada por un sujeto vestido igual a Cristo. Mi amiga aplica poder de síntesis y en una escena de exterior se muestra el puerto de Valparaíso o eso creemos nosotros. Luego la película sigue con polvos de Jesucristo y mujeres que le piden milagros, escenas donde las chicas se tragan el semen dorado de dios.
Los veinte minutos se nos hacen cortísimos. El tipo nos dice que la lata tiene un precio de un palo, recalcando que es casi un regalo para una película de este tipo. Mi amiga se convence de que el filme es del Chileno, aunque yo opino que es la creación de algún italiano que vino de vacaciones a Valpo y grabó la cinta, su capricho con la religión.
El dealer nos deja en la puerta y nos comenta que la película se exhibió clandestinamente en la dictadura y que muy pocos saben de la existencia de esta copia.
Ella me mira y me dice que se puede conseguir un millón de pesos con un amigo. Le digo que no sea tan crédula y que lo consulte con alguien. Luego me acuerdo que tengo el teléfono de Alejandro Jodorowsky, lo saqué de la agenda de la Sociedad de Escritores de Chile, cuando trabajaba ahí.
33-1-43284206. Esperamos que anochezca en sofisticado bar del centro, luego nos metemos a un ciber café con cabinas telefónicas y ella marca. Atiende una mujer, luego habla el Viejo que le recomienda que por ningún motivo compre la cinta, que no sea gueona, porque no la filmó él.