martes, 16 de enero de 2007

Cazadora de Latin Lovers.


¿Qué hace una blonda española esperando micro, en el paradero de buses fuera a la estación de metro Escuela Militar?. ¿Qué busca Anita María Lozano, con un pañuelo sobre su cabeza, un vestido gucci y unas converse rosadas, intervenidas por el artista del momento de la movida madrileña?. Se sube a la 620 junto con todos los obreros que vienen de la periferia, dígase La Pintana, Puente Alto, Maipú, La Cisterna, etc. que van a trabajar para la clase dominante.

Entre las nanas peruanas y obreros, que intentan cerrar los ojos antes de llegar a su destino, Anita María los observa, saca cuidadosamente su cámara digital que debe costar más de dos millones de pesos chilenos y dispara.

Algunos pasajeros mirones la descubren, y piensan que quizás es una socióloga o una fotógrafa con preocupación social, que quiere evidenciar el testimonio más claro de la lucha de clase en Santiago, El transporte público, que será modificado por ejecutivos que nunca en su vida han andando en micro, y que obligarán a los obreros y las nanas tomar dos o tres locomociones. Pero Aníta María no está haciendo ninguno de esos trabajos, sólo sigue a sus modelos.

Más tarde Anita se junta en una cafetería de estilo estadounidense con la periodista de una revista de modas que le pregunta cómo es trabajar con Aghata Ruiz de la Prada, con Almodóvar, cómo fue la experiencia de ser asistente de fotografía en el libro Erótica de Maddona, y Anita no duda en contar con todo el encanto que hay en ella, las anécdotas de un jet set de verdad.

Luego pasea por un Mall, pero no parece interesarse por nada y su camarita permanece guardada en su cartera. Asiste al snobista programa de tv de una malhumorada conductora y vuelve a repetir las mismas anécdotas que le dijo a la periodista de la revista. Luego le pide a la producción del programa que la deje fuera de una obra en construcción.

Los obreros terminan sus faenas y se van a las duchas. Se pasean con el pelo estilando sobre la tierra con toallas de monitos amarradas a la cintura y hawaianas. En los camarines les espera Anita, con una cámara un poco más grande y les pide si pueden posar para ella entre una avalancha de piropos que solo hacen sonreír a la española.

Algunos se burlan, otros les hacen caso y posan con sus caras duras y sus manos gruesas. Después Anita les pregunta si los puede fotografiar vestidos con las ropas con las que regresan al hogar y ellos desfilan tímidamente con sus coloridas poleras sin mangas, sus bolsos deportivos, sus zapatillas empolvadas, sus jockey, sus pantalones que no se sabe si son short o pantalones y sus caras duras, sus cuerpos duros ennegrecidos por el sol o la tierra.

Luego los obreros de se van pasados a colonia barata y duermen en la micro o en la línea 4 del metro.

Anita regresa al hotel, se ducha y se pone otro vestido que parece un jumper de “Frutillita”. Llama por teléfono a un Fotógrafo chileno y pide un estudio. Se tira a la cama a revisar las fotos almacenadas en su cámara y exclama “ Vaya, que en este país si hay Latin Lovers”.

Luego Saca un portafolio donde aparecen series de retratos de cuerpo completos de Marroquis ilegales que residen en París. Compara los retratos, la intención de las miradas y al parecer no son tan distintos. Después se pone a especular acerca del tamaño del pene que deben tener los chilenos.

En seguida comenta que algunas fotógrafas chilenas se van a Europa hacer lo inverso que ella. Se meten a los lugares que suele polular la clase acomodada española y fotografían a hombres y mujeres cool. Luego vienen a Chile y les venden las imágenes a las casas de ropa. Después agrega que los diseñadores chilenos son unos gilipollas incapaces de fijarse y sacares partido a los hombres chilenos, y hacen una moda masculina pensada en el hombre gay.

Anita quiere ir a un bar, invita a un bar, pero se aburre en el bar con los fotógrafos fashion de Santiago que llegaron a sentarse junto a ella, a sacarle anécdotas de Maddona. Pide que la vayan a dejar al hotel.

Le pregunta a un periodista joven donde están los latin lovers chilenos en ese momento y él le dice que durmiendo, porque en unas horas más se tienen que despertar para ir al trabajo. Luego anota un dato que sugiere el jóven, que parece interesarle. El dato es de los recolectores de basura y el muchacho se imagina a los tipos más hediondos de la ciudad, retratados en los catálogos más sofisticados de la moda europea.

La fotógrafa y el chico se van al hotel, pero ella se da cuenta que no es como los latin lovers que fotografió aquella tarde. Beben hasta que sale el sol y las micros comienzan a pasar.