Miro los bombardeos en Gaza por la tele, veo las fotos de los niños mutilados por las explosiones en diarios o cadenas de correos electrónicos, y siempre me pregunto que incidencia puedo tener yo en estos asuntos bélicos, mientras vivo mi vida seudo feliz en un país sudamericano. Me es ineludible acordarme de una noche de Julio del 2005. Estaba ebrio, en un bar pituco en el centro de Buenos Aires con mis compañeros de la U, con los cuales asistíamos a un seminario para estudiantes de periodismo. Tomaba un trago muy malo llamado “Jonathan” que tenía whisky y otros destilados, y compartíamos con tres israelíes (dos hombres y una mujer) que se quedaban en la misma pensión que nosotros. Uno de ellos se agarraba a una compañera, y la chica se acostaba con uno de mis compañeros, y según lo que me contaba mi compadre, por lo menos, la rubia israelita era increíble en la cama.
Resulta que los chicos nos contaron esa noche que estudiaban en una academia militar y que en variadas ocasiones tenían que quedarse haciendo guardia para dispararle a los palestinos en la franja de Gaza y nos contaron un serie de historias bélicas. Ya se habían piteado a varios árabes cada uno, por lo que yo asombrado, con un inglés borracho y sudaca empecé a preguntarles que se sentía matar a otra persona con una metralleta, mientras los otros usaban hondas.
El ambiente se empezó a calentar, les pedía que me explicaran el conflicto. Les dije que nada podía justificar lo que hacían con tanto orgullo, entonces me manifestaban en ingles y un básico español, que yo no tenía idea de nada, que en el fondo era un sudamericano culiao y que más encima estaba borracho. Yo les explicaba que en Chile teníamos el conflicto mapuche, que era básicamente lo mismo, y que no justificaba la violencia de mi gobierno con este pueblo por más parcelas que incendiaran, así que no vinieran a decirme que no sabía nada de conflictos, que la historia de mi país también estaba llena de sangre y muertes estúpidas, y toda la historia de América Latina también estaba teñida de rojo.
Mis compañeros se quedaron callados o se reían nerviosos de mi inglés mal pronunciado. Les dije que los de su gobierno eran unos asesinos financiados por Estados Unidos y ellos se empezaron a picar, incluso el más amable, un flaco alto y de rizos, se alteró mucho.
Y yo cuando me pico, me pico. Sobre todo si ando con copete en el cuerpo, así que se me salió el “Isla” y empecé a hablar fuerte. Le dije You are a Killer! al flaco de rulos, le grité You are a Killers! en su cara y el crespo se emputeció y se puso rojo con lágrimas en los ojos. Porque la palabra “asesino” en inglés le clavó en el pecho, le dolió, era peor que decirle un agringado Fuck you! o sacarle la madre. La palabra asesino tenía un peso para él, que al parecer se pierde en el español de Chile de tantas veces que se ha gritado esa palabra sin que surja efecto alguno.
Me dijo que yo no tenía derecho a decir eso, que ellos (los palestinos) eran los asesinos, porque él vio como los del Hamas mataron a su mejor amigo frente a sus ojos, por eso estaba metido en la guerra. Le dije que eso era estúpido, que la guerra era estúpida en sí, que todas las guerras eran estúpidas, sobre todo por religiones, que no se prestara para eso. Pero el loco se puso a llorar disimuladamente y me dijo que yo jamás entendería nada. Luego mi amiga Paula me hizo callar, temía que el gigante israelí que se comía a mi compañera me sacara la cresta, ya que estudiaba boxeo.
En la caña del día siguiente, pensé que se me había pasado la mano, que tal vez fui muy rudo con los cabros. El resto de los días en Buenos Aires carreteamos juntos y nunca más tocamos el tema. Cuando regresamos a Chile se despidieron de mí con un afectuoso abrazo. Sin embargo, viendo las noticias pienso en ellos, si es que estarán disparando sin discriminación a niños, mujeres, ancianos e inocentes y pienso que debí haberles pegado mínimo un cornete en el hocico a cada uno.
Es terrible la guerra, porque uno se siente inútil viendo la tele a miles de kilómetros, aunque uno no tenga nada que ver. A veces pienso si es que la cosa hubiese cambiado si cada joven sudaca muerto de hambre o de algún otro lugar del planeta, le sacara la chucha a algún joven soldado del ejército israelí en algún bar.
Siempre pienso en la posibilidad de que alguno de ellos haya desertado del ejercito porque un flaco chileno le gritó asesino en su cara, pero eso se llama Fe ® y es de exclusiva propiedad de las religiones y con eso es mejor no meterse.
Resulta que los chicos nos contaron esa noche que estudiaban en una academia militar y que en variadas ocasiones tenían que quedarse haciendo guardia para dispararle a los palestinos en la franja de Gaza y nos contaron un serie de historias bélicas. Ya se habían piteado a varios árabes cada uno, por lo que yo asombrado, con un inglés borracho y sudaca empecé a preguntarles que se sentía matar a otra persona con una metralleta, mientras los otros usaban hondas.
El ambiente se empezó a calentar, les pedía que me explicaran el conflicto. Les dije que nada podía justificar lo que hacían con tanto orgullo, entonces me manifestaban en ingles y un básico español, que yo no tenía idea de nada, que en el fondo era un sudamericano culiao y que más encima estaba borracho. Yo les explicaba que en Chile teníamos el conflicto mapuche, que era básicamente lo mismo, y que no justificaba la violencia de mi gobierno con este pueblo por más parcelas que incendiaran, así que no vinieran a decirme que no sabía nada de conflictos, que la historia de mi país también estaba llena de sangre y muertes estúpidas, y toda la historia de América Latina también estaba teñida de rojo.
Mis compañeros se quedaron callados o se reían nerviosos de mi inglés mal pronunciado. Les dije que los de su gobierno eran unos asesinos financiados por Estados Unidos y ellos se empezaron a picar, incluso el más amable, un flaco alto y de rizos, se alteró mucho.
Y yo cuando me pico, me pico. Sobre todo si ando con copete en el cuerpo, así que se me salió el “Isla” y empecé a hablar fuerte. Le dije You are a Killer! al flaco de rulos, le grité You are a Killers! en su cara y el crespo se emputeció y se puso rojo con lágrimas en los ojos. Porque la palabra “asesino” en inglés le clavó en el pecho, le dolió, era peor que decirle un agringado Fuck you! o sacarle la madre. La palabra asesino tenía un peso para él, que al parecer se pierde en el español de Chile de tantas veces que se ha gritado esa palabra sin que surja efecto alguno.
Me dijo que yo no tenía derecho a decir eso, que ellos (los palestinos) eran los asesinos, porque él vio como los del Hamas mataron a su mejor amigo frente a sus ojos, por eso estaba metido en la guerra. Le dije que eso era estúpido, que la guerra era estúpida en sí, que todas las guerras eran estúpidas, sobre todo por religiones, que no se prestara para eso. Pero el loco se puso a llorar disimuladamente y me dijo que yo jamás entendería nada. Luego mi amiga Paula me hizo callar, temía que el gigante israelí que se comía a mi compañera me sacara la cresta, ya que estudiaba boxeo.
En la caña del día siguiente, pensé que se me había pasado la mano, que tal vez fui muy rudo con los cabros. El resto de los días en Buenos Aires carreteamos juntos y nunca más tocamos el tema. Cuando regresamos a Chile se despidieron de mí con un afectuoso abrazo. Sin embargo, viendo las noticias pienso en ellos, si es que estarán disparando sin discriminación a niños, mujeres, ancianos e inocentes y pienso que debí haberles pegado mínimo un cornete en el hocico a cada uno.
Es terrible la guerra, porque uno se siente inútil viendo la tele a miles de kilómetros, aunque uno no tenga nada que ver. A veces pienso si es que la cosa hubiese cambiado si cada joven sudaca muerto de hambre o de algún otro lugar del planeta, le sacara la chucha a algún joven soldado del ejército israelí en algún bar.
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2 comentarios:
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