lunes, 4 de junio de 2007

Deje bajar antes de SUBIR.


a. Mi mamá dice que la línea cuatro del metro huele mal. Le comento que todas las líneas del metro de Santiago apestan, pero ella insiste en que esta, es lejos la más hedionda. Quizás es porque viajan más trabajadores en ella, obreros de la construcción que sudan más en su jornada, pero ella cree que no es olor a sobaco ni a suciedad, es olor a pobreza. Yo le pregunto si la pobreza tiene olor, si huele distinto a la riqueza. Me sugiere que viaje en línea 4 para comprobarlo, para sentir ese perfume pasoso, más intenso que el axe en spray; que no sale de la ropa, ni con el detergente más caro.

b. Nunca sé como entro al metro. Es cosa de ponerte detrás de la línea amarilla, como dice el tipo de chaqueta amarilla que siempre suda, y listo, ya estas adentro. Alguien te empuja, otro te toma de los brazos y te lanzan al interior.

Nunca se como entro a la micro, nos abalanzamos como animales a la puerta trasera, la abrimos a fuerza, alguien nos sujeta y los que van adentro nos miran feo porque no pasamos la bip en el validador.

c. La gente suele peliar. Siempre hay una señora que exige que le den un espacio y un tipo que le dice que no caben más. La señora siempre increpa al tipo y le dice que todos tenemos derecho de llegar al trabajo. La voz del chofer del metro siempre advierte sobre el cierre de las puertas y se queda detenido, en segundos que parecen una hora. Siempre hay alguien que obstaculiza el cierre de las puertas, una universitaria que se desmaya en brazos de un tipo de terno, una guagua que llora, un escolar que escucha regueton desde su celular, un tipo que discute con su novia por teléfono y todos se enteran de lo que hablan. Siempre hay alguien que te pregunta “¿va a bajar?”.

d. Todos se tocan. Hay gente que se enoja. Hay gente que coquetea a través del reflejo de la ventana. Hay gente que ya se conoce, que se saluda, que toma el mismo camino, que se da cuenta que son vecinos, que se gustan, que se tocan, que se repugnan, que pelean por un asiento.

e. Hay gente que no quiere salir. Piensas todas las mañanas que no quieres ir, vez pasar la cantidad de santiagueños amontonados, como el concurso de sábado gigante, donde la mayor cantidad de participantes debía meterse dentro de un fiat 600 y piensas en una excusa para faltar.

f. Odias Santiago. La verdad es que le temes a esta ciudad, a sus callejones. Dejas en el metro a la chica que quieres y piensas que la van a manosear en el transporte público, o que se va a desmayar. Luego te acuerdas en todos los rincones sombríos de la ciudad, que se parecen tanto al callejón donde se violaron a la Monica Belucci en Irreversible y te quieres morir. No debes ver tantas películas, pero tampoco ver las noticias, tampoco caminar de noche por el metro Universidad Católica, menos por un túnel lleno de excremento y grafitis cerca del Metro Santa Lucía.

g. Ya no sé en qué medio regresaré a casa. Me he quedo tirado en Vicuña Mackena, en días de la semana y no hay rastros de la 210. Un día llegué a casa gracias a una señora asustada que me llevó en taxi y me contó todas su historia. Otro día un tipo que sacó su auto para acarrear a los rezagados, me llevo por 500 pesos. Un día me fui en una micro verde por 400, donde un dúo folklórico invitaba a los pasajeros a cantar “Un largo tour” de Sol y Lluvia. Un día me fui en una cómoda van de turismo por 600 pesos.

h. Los que conducen estos vehículos piratas desprecian el Transantiago. Hablan con sus pasajeros sobre lo buenas que eras las micros amarillas que circulaban en la noche. Se hacen la América. Pero también se sienten una especie de Mesías nocturnos, que salvan a la clase trabajadora y los bohemios que se desocupan más tarde los días de la semana, que se entumecen esperando volver a casa. Ellos les dicen a sus amigos que saquen su auto y lo hagan taxi, ellos creen que es la única forma de superar la crisis del transporte, por último si viajan con el auto desocupado, que lleven a sus vecinos o a los colegas de la pega.

0 comentarios: